La Première, la renovada primera clase de Air France, donde cada viajero tiene una estancia de 3 metros cuadrados. La experiencia arranca en casa: traslado en Jaguar, spa, cocina de Alain Ducasse y el mejor pijama de todas las aerolíneas.
Volar en primera clase es otra vida. Una vida más cara, pero una vida mejor. Esa es una de las verdades indiscutibles del universo del cliente premium, un tipo de viajero exigente pero también muy rentable para las compañías, y que está provocando que las aerolíneas echen el resto para atraerlos hasta las primeras filas de los aviones. Por eso la lista de extras que se anuncian son inacabables. Está muy bien el agasajo con copa de champagne al llegar, y mantel de hilo y cubiertos metálicos a la hora de sentarse a comer a bordo, pero la Primera Clase es algo más. O mucho más. Es una experiencia global que cubre el total del trayecto de un viajero, desde que sale de su casa, ya sea por ocio o por negocio, y hasta que abandona las instalaciones del aeropuerto de destino. Al menos esto es lo que hay detrás del nuevo servicio de Air France. «Es mucho más que un asiento estupendo. Es un conjunto de experiencias que van desde el momento del booking hasta la llegada al destino», explica Véronique Jeanclerc, jefe de Producto de La Première.
Esta «experiencia global» así en abstracto se refleja en decenas de detalles que empiezan, por ejemplo, con el traslado del cliente desde su domicilio hasta el aeropuerto en un Mercedes Clase F siempre y cuando entre su casa y el aeropuerto la distancia no supere los 30 km. Una vez que se pone un pie dentro de la berlina, ya en ningún momento el viajero vuelve a estar solo hasta el destino, salvo que solicite lo contrario, por supuesto.
Desde el mostrador de facturación, business o first class, personal de la aerolínea acompaña al cliente hasta el fast track y de ahí a la sala VIP. Luego volverá para guiarle hasta la puerta del avión. Cuando las puertas se abren en Charles de Gaulle, en París, a pie de finger está Nicolás, nuestro escolta en ese tramo, con quien bajo en un ascensor hasta las pistas. Allí abre la puerta de un Jaguar negro (la flota se compone de berlinas negras de Jaguar y Mercedes Viano, cuando hay que trasladar a grupos o familias) y nos lleva hasta el área La Première, una exclusiva zona que Air France pone a disposición de sus viajeros de primera clase. «Esta sala no se puede usar en caso de que se obtenga un upgrade para el vuelo. Sólo está disponible para quienes adquieren su billete de first class, o si le invita alguien con billete de primera que haga el mismo recorrido», me aclaran. Aunque las tarifas finales pueden variar, un billete de ida y vuelta en La Première de Madrid a Tokio (haciendo escala en París) sale a partir de 4.987 euros (frente a los 2.171 euros de business o los 563 euros de economy). En el caso de Madrid- Nueva York, la diferencia es de 5.298 / 2.375 euros en business y Madrid-Los Ángeles: 5.454 euros de primera clase frente a los 3.411 de business.
Tres estrellas Michelin
En la puerta de la sala VIP dos empleados de Air France (de los 150 que trabajan en esta estancia) solicitan al viajero el pasaporte y se encargan de pasar los controles de policía. El universo La Première se extiende por 1.000 m2, un espacio que ha sido diseñado por el estudio de arquitectura e interiorismo de Didier Lefort, y del que disfrutan entre 80 y 120 personas al día, unas 50.000 al año. El hall de entrada lo preside la escultura de una oveja de piedra, obra del escultor y grabador francés François-Xavier Lalanne, que está a la venta por 200.000 euros. Los tonos de todas las estancias eran como se esperaba, relajantes: moqueta en beis, mesitas lacadas en distintos tonos marrones, lámparas de papel, flores frescas… Un mueble circular ofrece una primera opción de entretenimiento, medio centenar de periódicos y revistas. Elegir no es fácil, y mucho menos allí. Por ejemplo, si lo que apetece es agua, hay un mueble frigorífico sólo para las botellas: Fuji, Evian, Hildon, Abatilles…, hasta 10 marcas.
Pero el punto fuerte de esta sala es el restaurante a la carta de Alain Ducasse. El chef francés, que acumula más de 20 estrellas Michelin en sus locales [Alain Ducasse at the Dorchester, Jules Verne o Louis XV, entre otros], dirige aquí un restaurante en el que trabajan 30 personas. Esta mañana el almuerzo está en manos de Alexandre, que nos explica que el menú cambia cuatro veces al año, una con cada temporada. ¿El plato estrella? No lo duda: la pasta con jamón y trufa negra. Este es uno de los entrantes de una carta que incluye platos principales como Abadejo amarillo de pincho con guisantes a la francesa o Ave de corral con espárragos verdes de Provenza, jugo al vino amarillo. El restaurante está abierto de 5.30 de la mañana a 23 horas. Aunque la norma de la casa es la absoluta discreción y no hay forma de sacar nombres de clientes, ese día está allí almorzando Catherine Deneuve. Oficialmente, por allí pasan CEO de empresas, fortunas privadas y rostros conocidos internacionalmente. La mayoría (75%) son hombres, en general mayores de 45 años, y habituados a hacer el booking con sistemas digitales.
Cabinas de spa
La sala contigua al restaurante, adornada con estilizadas plantas metálicas, se mantiene a una temperatura algunos grados inferior al resto. Hay también una zona de espaciosas y bien equipadas duchas, y un spa (abierto desde las 7.30 de la mañana hasta las 16.30h) con varias cabinas gestionado por la firma Biologique Recherche. Todos los pasajeros tienen gratis un tratamiento de 30 minutos que se realiza tras un análisis previo del tipo de piel. También hay un bar, decorado en rojo y negro, al que en horas no se ve entrar a nadie. La barra está presidida por una botella edición especial de whisky Macallan.
Una hora antes de que salga el vuelo, Shelma se acerca para informar de que ella me acompañará. Salimos de nuevo por las pistas en un Jaguar y tras subir en un ascensor acristalado llegamos al avión, y ahí está la joya de la Corona: la suite de tres metros cuadrados. «Hemos buscado un diseño limpio, que reprodujera la atmósfera francesa, el estilo francés dentro del avión», me recuerda Véronique Jeanclerc.
La nueva suite está instalada en 19 naves que vuelan a San Francisco, Los Ángeles, Nueva York, Houston, Washington, México, Sao Paulo, Pekín, Shanghai, Singapur, Hong Kong, Tokio, Abiyán, Johannesburgo, Libreville, Yaundé y Luanda. Renovar los 76 asientos ha supuesto una inversión de 500.000 euros, cifra que sube hasta los 50 millones si se cuenta el coste de renovar todas las cabinas. En cada uno de los Boeing 777 300 hay dos pegadas a los laterales, y otras dos en la zona central que pueden unirse como una sola. La privacidad es, como todo a bordo, al gusto del viajero. Gracias a las cortinas, se puede dejar abierto, cerrar de techo a suelo u optar por un término medio. Las cuatro ventanas se controlan eléctricamente. Hay una lámpara y un vacíabolsillos. El televisor Bose de 24 pulgadas ofrece más de 1.000 horas de programación en 12 lenguajes. Mientras enciendo y apago el mando, entra Shelma y me confirma que mi maleta va a bordo.
El almuerzo, o la cena, vuelve a ser un festival gastronómico dispuesto en una mesa de 61 x 61 cm y capitaneado por el tres estrellas Guy Martin. Y la carta de vinos, también. Las etiquetas se renuevan cada dos meses. Hasta finales de julio, por ejemplo, el champagne será Krug Grande Cuvée. Se calcula que sirven 19.500 botellas al año a bordo. A partir de julio, habrá un cóctel, que se renovará, diseñado por Colin Field, chef barman del Ritz de París.
Y cuando llega el momento de echar una cabezada, o de dormir a pierna suelta, ahí está el pijama esperándonos. Un pijama que ha recibido el premio de la auditora SkyTrax a los mejores accesorios de confort en primera clase. La tripulación convierte la butaca en una cama horizontal, con colchón, sábanas y edredón. Bajo las persianas, cierro las cortinas, y se convierte en una suite privada y muy cómoda.
Compañeros de primera
Air France no ha escatimado a la hora de buscar «partenaires» para su servicio La Première. Los coches que trasladan a los viajeros hasta el aeropuerto y también por las pistas del Charles de Gaulle son siempre Mercedes o Jaguar. En el neceser, por ejemplo, las «amenities» son de la firma cosmética Carita, el «champagne» de esta temporada Taittinger y Krug, entre los vinos tintos hay Saint Emilion 1er Grand Cru 2008 de Château Canon, y el café de Illy. El caviar que siempre acompaña almuerzos y cenas es de Sturia. Los platos del menú cambian cada tres meses y todos los diseñan tres estrellas Michelin (Joel Robuchon, Guy Martin, Michel Roth y Arnaud Lallement). Los equipos de sonido los firma Bose.
Por: Sonia Aparicio – Expansión
Líder en noticias de aviación