Abusos sexuales en los aviones: el frecuente tabú del que nadie se atreve a hablar.
La pasada semana, un vuelo de Alaska Airlines que unía Portland con Anchorage se vio obligado a desviar su trayectoria después de que un hombre intentase besar a una chica de 16 años que estaba dormida, han informado los medios estadounidenses. La policía de Seattle arrestó al viajero, un californiano de 23 años que estaba sentado al lado de la joven y que tendrá que enfrentarse a una acusación de abuso sexual en cuarto grado. Cuando fue descubierto, el piloto fue notificado y este se lo comunicó a la policía antes de aterrizar.
No es el único caso semejante que ha tenido lugar durante los últimos días. Ni siquiera el peor. Como desveló ‘The Washington Post’, un joven de 26 años llamado Chad Cameron Camp tocó la entrepierna de una niña de 13 años que viajaba sola en un vuelo de American Airlines. Previamente, había rechazado un asiento mejor (el vuelo estaba medio vacío) para poder quedarse a su lado. Una azafata lo descubrió tocando la entrepierna de la chica mientras una lágrima resbalaba por la mejilla de esta.
Como señaló el FBI, Camp fue arrestado nada más aterrizar, acusado de abuso sexual con contacto. En este caso, además, los abogados de la familia de la niña acusan a la línea aérea de no haber hecho lo suficiente. “Fueron 30 minutos de infierno para esta joven”, explicó a los medios el abogado Brent Goodfellow. “Esta chica fue abusada durante media hora y no pudo encontrar ninguna ayuda”.
No es el único caso que afecta a American Airlines, ya que en julio del pasado año, un médico de 57 años llamado Mohammad Asif Chaudhry, que se encontraba de visita en Estados Unidos, fue descubierto al despertar por una adolescente mientras la tocaba. “No me puedo mover porque el signo de mantener los cinturones abrochados está encendido”, le escribió la joven a su madre en un mensaje de texto. “Mamá, tengo miedo”. Pero no es algo exclusivo de American Airlines, por supuesto. Y, a juzgar por la cantidad de noticias que aparecen últimamente, pocas compañías pueden presumir de no haber sufrido ningún caso así.
En las nubes nadie puede oír tus gritos
Hace tan solo algo más de un mes, ‘The Smoking Gun’ publicó la ficha policial de Heidi McKinney, una joven de Oregon que fue acusada de abusar de otra pasajera en un vuelo que unía Las Vegas con Portland. Según declaró la policía, la joven, que también tenía 26 años, tocó los pechos y los genitales de la joven; una pasajera declaró que estaba borracha. En su caso, se enfrentó a una acusación de abusos en tercer grado, pero quedó en libertad después de pagar una fianza de 2.500 dólares. A diferencia de los casos previos, McKinney era una mujer abusando de otra mujer, cuya edad se desconoce.
¿Qué está pasando? ¿Se trata de una mera coincidencia o, por el contrario, se trata de algo más habitual de lo que pensamos? La realidad es que viajar en avión, especialmente si el viaje es de larga duración, ofrece un contexto propicio para el acoso sexual. A diferencia de los autobuses o los trenes, donde también se producen casos de este tipo, el confort de determinados aviones –que provoca cierto aislamiento de los pasajeros que comparten asientos contiguos–, la oscuridad de los vuelos nocturnos o los momentos en los que los pasajeros deben mantener sus cinturones puestos resultan determinantes. Además, el personal de vuelo no puede estar constantemente pendiente de lo que ocurre en la cabina.
Otro gran problema es que, como explica Corinne Purtill en un artículo publicado en ‘Quartz’, ninguna aerolínea proporciona datos sobre los casos de abusos sexuales que se llevan a cabo en sus aviones. Al fin y al cabo, es la peor publicidad posible, por lo que resulta preferible dejar el asunto en manos de las autoridades. Sin embargo, como recuerda la periodista, “la cantidad de casos que llegan a juicio sugieren que los abusos sexuales ocurren en los aviones más a menudo de lo que la gente probablemente piensa”.
¿Qué está pasando? ¿Se trata de una mera coincidencia o, por el contrario, se trata de algo más habitual de lo que pensamos? La realidad es que viajar en avión, especialmente si el viaje es de larga duración, ofrece un contexto propicio para el acoso sexual. A diferencia de los autobuses o los trenes, donde también se producen casos de este tipo, el confort de determinados aviones –que provoca cierto aislamiento de los pasajeros que comparten asientos contiguos–, la oscuridad de los vuelos nocturnos o los momentos en los que los pasajeros deben mantener sus cinturones puestos resultan determinantes. Además, el personal de vuelo no puede estar constantemente pendiente de lo que ocurre en la cabina.
Otro gran problema es que, como explica Corinne Purtill en un artículo publicado en ‘Quartz’, ninguna aerolínea proporciona datos sobre los casos de abusos sexuales que se llevan a cabo en sus aviones. Al fin y al cabo, es la peor publicidad posible, por lo que resulta preferible dejar el asunto en manos de las autoridades. Sin embargo, como recuerda la periodista, “la cantidad de casos que llegan a juicio sugieren que los abusos sexuales ocurren en los aviones más a menudo de lo que la gente probablemente piensa”.
Estos casos también han implicado a personalidades públicas. Hace algo más de una década, Galen Fox, un parlamentario de Hawái, se vio obligado a dimitir después de que, durante un vuelo de United Airlines que conectaba Honolulu con Los Ángeles, desabotonase y bajase la cremallera de los pantalones vaqueros de la pasajera que se sentaba a su lado, mientras dormía. La joven, que viajaba con sus padres, se enfrentó con el político, que fingió hacerse el dormido. Durante el juicio, este reconoció haber tocado la entrepierna de la viajera, pero se defendió diciendo que ella “le había dado una pista no verbal de que estaba sexualmente interesada”.
El caso de LaRue, no obstante, tiene una buena moraleja, sobre todo a la hora de saber qué hacer si nos ocurre algo semejante. La viajera no denunció en su momento, y ahora lamenta no haberlo hecho: “Aconsejo a cualquiera que se encuentre en esa situación que monte un numerito”, explicaba. “No tengas ningún miedo”. Hay una buena razón para hacerlo, como explicaba el agente del FBI. Una vez que los viajeros abandonan el avión, es mucho más difícil localizarlos. Además, cuanto más tiempo pase, más fácil es que olviden los detalles que puedan ser útiles en su testimonio ante un jurado.
La clave se encuentra en denunciar el abuso cuanto antes, explica Hughes. No solo para detener al agresor, sino también para asegurarse de que los testigos están localizados. En caso de que se reporte un caso semejante, se sigue un procedimiento habitual al del resto de delitos en un avión. Los auxiliares de vuelo se lo comunican al piloto, que decide si llegar al destino, volver al origen o aterrizar en algún punto intermedio, dependiendo de la gravedad del incidente. Una vez decidido el destino, se informa a tráfico aéreo para que contacte con las autoridades locales, que detendrán al agresor nada más aterrizar.
Si ya disponemos de pocos datos respecto a esta clase de agresiones, hay otro factor que complica aún más su cuantificación. Como ocurre con el resto de abusos sexuales (en los que las víctimas son, en su amplia mayoría, mujeres), la mayor parte de casos no son denunciados. “Muchas veces, estos crímenes pasan desapercibidos porque la víctima siente vergüenza, o es intimidada por la persona que se sienta a su lado”, explicaba el agente del FBI. “La clave se encuentra en denunciarlo inmediatamente”. Y, además, en dar a conocer una situación tristemente habitual y que tiene todo en su contra para darse a conocer.
Fuente: El Confidencial
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