Un rey, tormentas y un aterrizaje de emergencia: así fue el primer vuelo de Iberia hace 90 años.

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Como estos días, pero hace 90 años, el mal tiempo provocó un retraso en el aeropuerto de Madrid el 14 de diciembre de 1927. El protocolo había establecido que, durante el aterrizaje de un vuelo procedente de Barcelona y el despegue de otro hacia la capital catalana, Alfonso XIII inaugurara el puente aéreo en el aeródromo de Carabanchel (Madrid). «El Rey simplemente iba a protagonizar la ceremonia en tierra. Jamás el Gobierno habría permitido que volara, por razones de seguridad», explica Luis Utrilla, ingeniero e historiador de la Sociedad Aeronáutica Española.

El acto quedó algo deslucido porque el avión procedente de El Prat tuvo un aterrizaje de emergencia a medio camino por problemas meteorológicos y su llegada se retrasó un par de horas. Iberia celebraba su bautismo aéreo agobiada por los rigores del tiempo. Para resarcirse, el año pasado fue la compañía más puntual del mundo.

El empresario vasco Horacio Echevarrieta y la compañía alemana Lufthansa habían fundado la que iba a ser la aerolínea española más importante, que no la pionera. El capital germano quería que España fuera su puente para una expansión por Sudamérica. Se había adoptado un nombre que no incluyera directamente la palabra España para no molestar a los portugueses, cuyo mercado también interesaba. Iberia era una denominación políticamente correcta en aquella Europa de nacionalismos enervados.

En plena fiebre global por la aviación, el cielo era ya un escenario bélico, una aventura romántica y, sobre todo, una revolución en el transporte. Los aviones gustaban y vendían periódicos. Hasta seis noticias de los diarios ABC y La Vanguardia de ese día estaban relacionadas con la aeronáutica.

En 1927, la personalidad más popular del mundo era Charles Lindbergh, el piloto norteamericano que meses antes había protagonizado el primer vuelo transoceánico, sin escalas y en solitario, a los mandos del Spirit of St. Louis. Cuando despegó el primer avión de Iberia, Lindbergh estaba volando sobre México en un viaje de 26 horas con motivo de una gira por el continente americano. Los recibimientos entusiastas en tierra fueron multitudinarios, como si hoy se juntaran en un escenario el Real Madrid y los Rolling Stones.

Un año antes, la aeronáutica española había vivido su momento de gloria gracias al Plus Ultra. Por primera vez en la historia un vuelo había cruzado el Atlántico Sur con un único avión. Su aventura de 10.500 kilómetros, de Palos a Buenos Aires, en algo más de 59 horas con escalas, había tenido tal seguimiento mediático que inspiró el tango La gloria del águila, de Carlos Gardel. Los pilotos son los héroes mitológicos del primer tercio del siglo XX.

El billete del primer pasaje de Iberia costaba 163 pesetas. Era una España en la que un coche valía 9.500 pesetas y una pastilla de jabón Heno de Pravia, 1,25. Se acababa de estrenar la primera película sonora de la historia (El cantor de jazz) y el FC Barcelona vencía en el torneo de seis equipos que era el germen de la Liga que nacería la temporada siguiente.

Tres Rohrbach Roland con motores BMW componían la primera flota de Iberia. Volaban a 170 kilómetros por hora y tenían una capacidad de 10 pasajeros. «Eran trimotores y no eran malos, aunque al tener ya bastantes horas de vuelo fueron sustituidos pronto por los Junkers G-24», cuenta Juan Arráez, historiador aeronáutico. Este minipuente aéreo contaba con aeródromos auxiliares, diseminados entre las dos ciudades, para ser utilizados en caso de emergencia. Estos aviones serpenteaban la geografía saltando montañas, guiándose sin apenas mapas por las vías del tren y poblaciones que se divisan a vista de pájaro.

No superaban los 2.000 pies de altitud. Los pilotos iban sin protección, al descubierto, y los pasajeros pasaban las más de tres horas de viaje bien abrigados dentro de esa estructura de madera y metal. Los sistemas de presurización y climatización fueron muy posteriores.

Sin embargo, la prensa no dejó de ensalzar sus comodidades. Según la crónica de La Vanguardia: «Una particularidad importante de estos aparatos es que, desde la cabina no se oye en absoluto el ruido de los motores. Los pasajeros pueden hablar sin esfuerzo alguno quedando por lo tanto alejada la molestia que representaba varias horas sin poder cambiar una palabra con el compañero de viaje».

El gran peligro de la ruta era sortear el Sistema Ibérico. La seguridad requería coordinación con muchos puntos de tierra. Un telegrafista se comunicaba con la estación de Montjuic tres veces a la hora para pedir información meteorológica. Una hoguera encendida por los escolapios del observatorio meteorológico de Daroca, en Zaragoza, orientaba también a los pilotos. «Pronto se desarrollaría un sistema de aerofaros por todo el país», dice Utrilla.

La España que se da cita en las guirnaldas de Carabanchel aún miraba a África, a la que Iberia uniría en breve con rutas aéreas. El éxito militar del desembarco de Alhucemas había anestesiado las heridas del Desastre de Annual. Su política exterior pretendía anexionar la ciudad internacional de Tánger con el apoyo de Mussolini, pero Francia e Inglaterra se negaban. La prosperidad de los locos años 20 es incapaz de predecir que meses más tarde, cuando se derrumbase la Bolsa de Nueva York, aterrizaría el colapso económico. El Rey que se fotografía en ese Rohrbach Roland no sabe que su apoyo a la dictadura de Primo de Rivera le va a costar la corona. Son tiempos de ceguera.

Poco después, Iberia sería nacionalizada. Y empezó a cruzar fronteras. Primero Lisboa, luego Londres y París. Y Buenos Aires y Nueva York. Los Junkers G-24 se sustituirían por los Fokker holandeses. Luego vendrían los Douglas DC-2, Super Constellation bautizados con los nombre de las carabelas de Colón: Pinta, Niña y Santa María y la revolución de los reactores DC-8. En 1970 entraba en la flota el mítico Jumbo, el B-747, con capacidad para 404 pasajeros y una velocidad de 1.000 km/hora. En su bodega regresaría a España el Guernica de Picasso. La compra de modelos Airbus, la privatización y la fusión con British Airways marcarían su historia reciente.

Han cambiado muchas cosas, pero como hace 90 años, el mal tiempo provoca de vez en cuando algún retraso en Barajas y El Prat.

Por: Jorge Benítez – El Mundo

Fotografía de uno de los Roland de Iberia.

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