Qantas y su Proyecto Amanecer.
Se llama Proyecto Amanecer o Project Sunrise. El nombre suena a aventura tecnológica y a enorme reto. La responsable de esta aventura es Qantas, principal aerolínea de Australia, que tras lanzar el año pasado un larguísimo y anhelado vuelo directo desde la costa oeste del país a Londres, ahora ambiciona traspasar la ultima barrera de la aviación realizando viajes aun más largos, aunque en este caso quiere probar como sentará un vuelo así a tripulantes y pasajeros. No es solo cuestión de volar en etapas de casi 20 horas, factible en poco tiempo, sino saber cómo se va a vivir a bordo. Esa es la clave.
Qantas, una de las tres compañías más veteranas del mundo, solo superada por las este año centenarias KLM y Avianca, fue creada en 1920 como Queensland and Northern Territory Aerial Services, de ahí su acrónimo, mientras que popularmente fue conocida como el canguro volador. En los años 30, y en colaboración con la británica Imperial Airways empezó a ofrecer servicios de Australia a Reino Unido combinando aviones terrestres con hidros, una autentica aventura aérea de hasta nueve días, pasando varias noches en hoteles de lo más exótico.
La evolución del transporte aéreo, primero con la llegada de los turbohélices y posteriormente de los reactores, redujo notablemente los tiempos de viaje entre el país de Qantas y Londres, aunque siempre con escalas intermedias en algún aeropuerto asiático para repostaje y cambio de tripulaciones, cosa que incluso se sigue haciendo con el Airbus A380, una de las más modernas joyas de la corona de la compañía.
El avance del sector en los últimos años ha permitido desarrollar tanto en Airbus como en Boeing, una serie de aviones como los desarrollos de los A350 o B787 Dreamliner, bimotores de muy largo alcance, mucho menor consumo, menos ruido y emisiones notablemente menores respecto a sus predecesores. Son unos aparatos que pueden volar prácticamente a cualquier destino del mundo sin escalas, eso si, en vuelos que a velocidad subsónica, que es a la que vuelan todos los aviones comerciales a reacción, siguen siendo maratones aéreas.
Con la tecnología ya desarrollada y la posibilidad de los vuelos ultralargos en marcha, algo que se conseguirá con algunas mejoras técnicas, lo que quiere investigar Qantas es como se puede mejorar el bienestar y la calidad de vida a bordo de este tipo de viajes, tanto para el pasaje que los utilice, como para las tripulaciones asignadas a estos enlaces. De ahí el proyecto amanecer, que se desarrollará en los próximos meses en coincidencia con la entrega de tres nuevos Boeing 787-9.
Conejillos de indias en vuelo
Los aviones se entregarán a la compañía en las factorías de Boeing en octubre, noviembre y diciembre, aunque en lugar de volar desde allí hasta Sidney, los aparatos se desplazarán solo con tripulación hasta Nueva York y Londres para, desde allí, arrancar los tres vuelos experimentales directos hasta el principal aeropuerto australiano: el Kingsford Smith, a ocho kilómetros del centro de la ciudad y que en 2018 llegó a los 44,4 millones de usuarios.
A bordo viajarán de forma experimental únicamente 40 personas entre tripulantes y pasajeros. Los segundos serán mayoritariamente empleados voluntarios de la compañía que se han sumado con entusiasmo a ser banco de pruebas para Qantas. Todos llevarán consigo una serie de dispositivos de tecnología portátil y participarán en experimentos específicos en diferentes etapas de unos vuelos que según los vientos podrían superar las 19 o 20 horas. Con los resultados obtenidos, los científicos y expertos médicos del Centro Charles Perkins supervisarán los patrones de sueño, el consumo de alimentos y bebidas, la iluminación, el movimiento físico y el entretenimiento usado durante el vuelo para evaluar el impacto en la salud, el bienestar y el reloj corporal o biológico de las personas.
Los estudios sobre la tripulación será una misión encomendada a los investigadores de la Universidad de Monash, en Melbourne. Estos trabajarán con los pilotos y auxiliares de vuelo para registrar sus niveles de melatonina antes, durante y después de los vuelos. Los aviadores usarán, además, un dispositivo EEG para realizar electroencefalogramas que rastrearán los patrones de ondas cerebrales y estarán al caso de sus estados de alerta. Según Qantas, el objetivo de estos tres vuelos es recabar los datos que ayuden a construir el patrón óptimo de trabajo y descanso para los tripulantes que vuelan servicios de larga y muy larga distancia, algo más que ya es frecuente en los aviones de cabina ancha de esta aerolínea.
En la presentación del proyecto frente a medios internacionales, Alan Joyce, Consejero Delegado de la compañía indicó que volar sin escalas desde la costa este de Australia a Londres y Nueva York es realmente la última frontera en la aviación. “Estamos decididos a hacer todo el trabajo preliminar para hacerlo bien”, a lo que añadió orgullosamente: “Ninguna aerolínea ha realizado este tipo de investigación tan concienzuda sobre unas rutas. Utilizaremos los resultados para ayudar a dar forma al diseño de las cabinas, la mejor manera de plantear servicio a bordo y los patrones de la lista de la tripulación para el Proyecto Sunrise. Gracias a todo ello, veremos también cómo podemos usarlo para mejorar nuestros vuelos de larga distancia ya existentes” concluyó.
Al tratarse de vuelos de prueba, las conclusiones sobre los datos de bienestar de la tripulación se compartirán también con la Agencia para la Seguridad de la Aviación Civil del país para ayudar a mejorar o dar a conocer los requisitos reglamentarios asociados con los vuelos de larga distancia. A nivel comercial, tras las pruebas de los vuelos, también se tendrá que llegar a la conclusión de si se comercializarán o no, dependiendo siempre de su viabilidad económica y demanda real. Por el momento, hasta final de año se realizarán estos viajes inéditos: dos saliendo desde Nueva York y uno desde Londres. En el segundo caso, no es totalmente nuevo, puesto que Qantas tiene un único precedente histórico: en verano de 1989, un Boeing 747-400 de esta compañía batió un récord al volar sin escalas entre ambas ciudades.
Aquel Londres-Sidney de hace 30 años fue un viaje tan sumamente medido, que para ahorrar el máximo de combustible el avión fue llevado hasta la cabecera de pista arrastrado por un tractor con los depósitos llenos hasta los topes. Gracias a ser remolcado no gastó unos litros preciosos circulando por las calles de rodadura de Heathrow. En el jumbo embarcaron únicamente cuatro pilotos, dos tripulantes de cabina y 16 viajeros, una ocupación inédita para un avión que por entonces estaba configurado para llevar hasta 412 pasajeros. Además de ese ahorro de combustible en tierra, se quitó peso extra al avión en forma de rampas-balsas innecesarias por la ocupación, no se llevó carga alguna en las bodegas y las diferentes cocinas de a bordo iban totalmente vacías, salvo la que llevaba comida y bebida exacta para los 22 ocupantes de un vuelo que era un intento de récord que acabó consiguiéndose: 17.000 kilómetros volando sin parar.
Ese récord extraordinario de hace 30 años es ahora factible. Las fronteras y límites de la aviación comercial van cayendo: en breve, los viajeros podrán llegar a las antípodas sin parar en ningún punto intermedio. Ahora hace falta ver la mejor manera de que tripulantes y viajeros se adapten a esta novedad que está a la vuelta de la esquina.
Por Javier Ortega Figueiral – La Vanguardia
Foto: Victor J Pody
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