El secuestro de un avión “más largo y espectacular” de la historia cumple 50 años.

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Hace cincuenta años, Rafaelle Minichiello, un italiano de 20 años secuestró el vuelo 85 de TWA en Los Ángeles, ordenando al piloto que lo llevara a Roma. El Boeing 707 no tenía la capacidad de combustible para hacer un vuelo de 13 horas ni los pilotos tenían la preparación suficiente para realizar un vuelo transoceánico. Esto provocó que el vuelo tuviera que hacer varias escalas para repostar y recoger a pilotos con formación para recorrer los más de 11.000 kilometros que duró el secuestro, el más largo de la historia de la aviación.

Minichello vivía en Italia pero el peor terremoto en los últimos 70 años acabó con su ciudad y su familia decidió emigrar a Seattle (Estados Unidos) cuando tenía 12 años. La adaptación del joven a la vida norteamericana no fue buena. Tenía problemas de acoso en el colegio, en parte, por su y desconocimiento del idioma y su fuerte acento napolitano. En plena guerra de Vietnam, Minichello decidió presentarse como voluntario. Tenía 17 años. Después de una formación destinada a matar y de vivir las terribles experiencias en la guerra, regresó a casa después de resultar herido. Quería volver a Italia, donde su padre había regresado, a reunirse con él porque tenía una grave enfermedad terminal. Minichello había ahorrado 800 dólares y los había depositado en un fondo militar, pero cuando regresó sólo le devolvieron 600 a pesar de sus conversaciones y ruegos a sus superiores. Necesitaba los 800 dólares para comprar el pasaje y mientras estaba en Camp Pendleton, en California, decidió robar los 200 que le faltaban en mercancías del almacén. El problema es había bebido mucha cerveza, por lo que se quedó dormido y fue sorprendido a la mañana siguiente. Tendría que responder ante la justicia militar. El día del juicio alegó que no podía ir por la grave enfermedad de su padre y que tenía que viajar a Italia para pasar con él sus últimas horas. El problema es que el joven italiano no tenía dinero, por lo que ideó un plan. Cogió un arma que consiguió arrebatarle a un combatiente local y que tenía como trofeo de guerra, la desmontó, la metió en una bolsa y compró un billete de avión Los Ángeles a San Francisco. Tenía claro su plan, secuestraría el avión para poder viajar a Nápoles.

Era 1969, un año en el que cada seis días se producía el secuestro de un avión, la mayoría de militares descontentos que querían ir a Cuba, donde acababa de triunfar la revolución y donde eran bien recibidos porque suponía un duro golpe para la administración norteamericana. La seguridad en los aeropuertos era casi inexistente. De hecho, las aerolíneas se resistían a los chequeos del equipaje porque ralentizaban el embarque y podían provocar el rechazo de los pasajeros.

El 30 de octubre ya se habían producido 54 secuestros en ese año, pero el de Minichiello iba a ser diferente. Se subió al avión, en el que había 39 pasajeros, con un rifle metido en una bolsa de la que salía una parte estaba a la vista. Los auxiliares de vuelo le cuestionaron y respondió que se trataba de una caña de pescar y le dejaron tranquilo. Después, fue al baño, armó su arma, salió se acercó a una azafata y exigió que le llevara junto al comandante para ordenarle que lo llevaran a Roma. Como la aeronave no llevaba el combustible necesario, realizó una parada en Denver, donde Minichiello liberó a los 39 pasajeros. El piloto, el copiloto, dos miembros de la tripulación y una azafata permanecieron a bordo. Después tomaron rumbo al Aeropuerto Internacional John F. Kennedy en Nueva York, donde un centenar de agentes del FBI rodearon el avión. Minichiello disparó de forma fortuita pero el fuselaje no se vio afectado. Esto hizo temer por la vida de los cinco miembros de la tripulación, por lo que lo dejaron despegar con destino a al Aeropuerto Internacional de Bangor.

En apenas media hora, el avión tenía el depósito de combustible lo suficientemente lleno como para llegar a Irlanda. Tras pasar por Reino Unido aterrizó en Roma, donde Minichiello liberó a toda la tripulación pero tomó como rehén a un oficial de policía del aeropuerto y robó su automóvil para viajar a Nápoles. Perseguido por cuatro patrullas, se vio acorralado a las afueras de roma, pero logró escapar y esconderse durante la noche. Cientos de policías lo estuvieron buscando por las colinas de Roma con perros y un helicóptero, pero logro escabullirse.

Sin embargo, su imagen era ya tan popular que el día de todos los santos fue identificado por un sacerdote cuando Minichiello acudió a la misa en el Santuario del Amor Divino. Tras su detención, Minichiello se convirtió en un héroe en lugar de ser visto como un tribunal. La sociedad alabó su determinación para acudir a visitar a s padre enfermo y regresar a Italia. Además, su atractivo físico y la simpatía que causaba que hubiera sido un combatiente en Vietnam (Europa era contrario a esa guerra) lo ayudaron.

Las autoridades se negaron a la extradición y fue juzgado en Italia por los crímenes cometidos dentro de su territorio. Condenado a 10 años de prisión, sólo pasó entre rejas 18 meses y recuperó la libertad. Su popularidad hizo que le llovieran las ofertas, pero pronto se olvidaron de él. El productor de cine Carlo Ponti le prometió hacer una película sobre su vida y que lo convertiría en una estrella del «spaguetti western». Nada de eso ocurrió. Minichiello acabó trabajando como camarero en Italia. En 1962 su cara volvió a las portadas de todo el mundo cuando decidió viajar de Roma a Nápoles para ayudar a las víctimas del terremoto de 1962, que asoló la zona.

En 1999 decidió viajar a EE UU por primera vez tras el secuestro. Sus compañeros de brigada llevaban años, sin éxito, intentando limpiar su nombre pero Minichiello les encomendó otra misión: localizar a los pasajeros del TWA85 para pedirles disculpas personalmente. Localizaron a todos pero sólo la azafata Charlene Delmonico y el primer oficial Wenzel Williams aceptaron la invitación.

Minichiello divide ahora su tiempo entre Washington e Italia, pilota un pequeño avión como diversión y tiene un canal de YouTube en el que comparte vídeos musicales en los que toca el acordeón.

La administración norteamericana estableció medidas de seguridad en los aeropuertos en 1972 después de que unos secuestradores exigieran un rescate y amenazaran con volar un avió contra una instalación nuclear.

Por Paco Rodríguez – La Razón

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