Retrasos aéreos en EE.UU. se cuadruplican en 30 años, según investigador de Harvard

En una calurosa tarde de junio en Boston, una tormenta típica de verano bastó para paralizar por completo el Aeropuerto Internacional Logan. No se trató de un desastre natural ni de una falla catastrófica, sino de un fenómeno previsible que dejó a cientos de pasajeros varados durante horas. Entre ellos, los padres de Maxwell Tabarrok, estudiante de doctorado en Economía y futuro alumno de la Harvard Business School.

El episodio despertó en Tabarrok una inquietud: ¿cómo es posible que una infraestructura de tal magnitud se detenga por un contratiempo tan común? Para responder, analizó más de 30 años —y 100 gigabytes— de datos de la Bureau of Transportation Statistics. Su conclusión fue contundente: los retrasos de tres horas o más son ahora cuatro veces más frecuentes que hace tres décadas.

Los horarios inflados: la estrategia invisible

El estudio reveló que, para maquillar sus cifras, las aerolíneas han optado por “acolchar” los itinerarios. En promedio, han añadido 20 minutos extra a la duración prevista de los vuelos, lo que permite que, aunque el trayecto real no sea más rápido, este figure como “puntual” en los registros oficiales.

Entre 1987 y 2000, los tiempos reales y programados se mantenían casi idénticos. Sin embargo, a partir del 2000, comenzaron a divergir claramente, lo que indica —según Tabarrok— una decisión deliberada de las aerolíneas para reducir la percepción de retrasos.

Este ajuste artificial no es gratis: utilizando datos del salario promedio en EE.UU., el investigador calculó que el tiempo perdido por los pasajeros equivale a unos 6.000 millones de dólares anuales.

Crece la demanda global de pasajeros en junio, pero a un ritmo más lento, según IATA

Causas estructurales: más que mal clima

Aunque el mal tiempo encabeza las causas de retrasos no atribuibles a las aerolíneas, el problema es más profundo. La saturación del sistema aéreo estadounidense se ha visto agravada por:

Desde el año 2000, el tráfico de pasajeros ha aumentado un 50%, concentrando más viajeros en instalaciones sin expansión proporcional. El uso de aviones más grandes ha aliviado parcialmente la demanda, pero también ha generado cuellos de botella: abordaje más lento, mayor tiempo de desembarque y operaciones en tierra prolongadas.

Incentivos mal alineados

Para Tabarrok, el verdadero problema es de incentivos. La Administración Federal de Aviación (FAA) no asume el costo económico de los retrasos ni recibe recompensas por mejorar la puntualidad. “El coste de las demoras podría multiplicarse por cuatro en la próxima década y no afectaría negativamente la carrera de nadie en la FAA”, advierte.

Contratar y formar más controladores sería, según él, la solución más directa y viable a corto plazo. Sin embargo, la falta de liderazgo decidido y la inercia burocrática frenan los avances. Grandes obras como nuevos aeropuertos o pistas, en cambio, enfrentan revisiones ambientales y batallas legales que pueden durar una década.

Un futuro poco alentador

Sin cambios sustanciales en personal y procedimientos, cada tormenta de verano o avería técnica seguirá desencadenando el colapso de aeropuertos y la pérdida de millones de horas productivas. Tabarrok estima que, al multiplicar el valor del tiempo de los pasajeros por las horas desperdiciadas, las pérdidas seguirán sumando miles de millones de dólares anuales.

La FAA, por su parte, insiste en que la seguridad es su prioridad, incluso si eso implica retrasos, y atribuye la mayoría de estos al clima.

El informe no solo pone cifras al creciente problema de los retrasos, sino que expone una verdad incómoda: mientras la infraestructura y los recursos humanos no se adapten al aumento de la demanda, el pasajero seguirá pagando —en tiempo y dinero— por un sistema que ya no vuela a tiempo.

Con información de Fortune

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