Estados Unidos enfrenta un nuevo desafío en la seguridad de su espacio aéreo. A la ya conocida escasez de controladores se suma ahora la falta de instructores en la Academia de la Administración Federal de Aviación (FAA) en Oklahoma City, donde se forman los futuros guardianes del tráfico aéreo.
Una sobrecarga insostenible para los maestros
La mayoría de los instructores son excontroladores jubilados, muchos de ellos en sus 60 años, e incluso algunos superando los 80. Ante el crecimiento récord de alumnos —en julio la academia recibió a 550 estudiantes, la cifra más alta en su historia—, los horarios de los profesores se han vuelto maratónicos: de 7 a.m. a medianoche, con dobles turnos que dejan a más de uno “caminando como zombis”, según confesó un maestro.
En marzo apenas seis de 105 instructores de un área específica trabajaron doble turno. Para el 2 de septiembre, un calendario preliminar mostraba a 42 programados para hacerlo. “Tenemos mucho más trabajo del que disponemos de instructores”, reconoció Richard Klumpp, director de gestión de programas en SAIC, empresa contratista que provee gran parte del personal docente.
Condiciones laborales cuestionadas
Los profesores, contratados en su mayoría por SAIC y no directamente por la FAA, reciben unos 46 dólares por hora. Muchos trabajan solo a tiempo parcial. El alojamiento que se les ofrece es de 60 dólares diarios, lo que obliga a varios a instalarse en Walnut Gardens, un complejo de apartamentos anticuado, cerca de un club nocturno famoso en Oklahoma City. El ambiente, lejos de ser atractivo, ha disuadido a más de un instructor de alojarse allí con sus familias.
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Un nuevo acuerdo laboral firmado con el sindicato IAM aumentará la ayuda de vivienda a 90 dólares desde enero y contempla alzas salariales de 3% anual durante tres años, lo que equivale a unos 1,40 dólares adicionales por hora. Aunque se trata de un avance, el propio sindicato admitió que “todavía queda trabajo por hacer” para mejorar la calidad de vida de los maestros.
Una fuerza laboral al límite
El agotamiento es evidente. Algunos instructores, tras terminar un doble turno a la 1 de la madrugada, deben levantarse a las 5 a.m. para volver al aula. Las siestas en los autos durante los breves descansos y el café costeado de su propio bolsillo se han convertido en rutina. Aun así, varios afirman que continúan enseñando por pasión, no por necesidad económica, pues muchos ya cuentan con pensiones de seis cifras.
“Somos voluntarios, no tenemos obligación de estar aquí. Si quiero, puedo dejarlo hoy mismo”, declaró uno de ellos.
El trasfondo de la crisis
La FAA cerró su año fiscal 2024 con un déficit de aproximadamente 3.900 controladores certificados. Para revertirlo, planea contratar unos 2.000 en este ciclo y alcanzar al menos 8.900 para 2028. Pero la propia agencia admite que la falta de instructores en la academia limita cuántos alumnos pueden completar el entrenamiento.
El secretario de Transporte, Sean Duffy, ha planteado contratar asistentes y “expertos educadores” que no provengan de la profesión de controlador. Aunque la FAA asegura que sus estudios avalan esta medida, no ha publicado la evidencia. Instructores veteranos consideran que los sustitutos jamás podrán igualar la experiencia adquirida en años de dirigir el tráfico aéreo real.
Futuro incierto
Algunos docentes ya han renunciado y otros evalúan hacerlo. Convencer a excontroladores de retomar una vida de viajes periódicos a Oklahoma, dejando atrás a sus familias y aficiones, se ha vuelto una tarea cuesta arriba. La FAA también estudia cambios curriculares que podrían reducir la cantidad de instructores requeridos, aunque no está claro si bastará para aliviar la carga.
Por ahora, el desafío persiste: formar a la próxima generación de controladores aéreos sin contar con suficientes maestros para guiarlos. Una brecha que, de no resolverse pronto, podría convertirse en un riesgo estructural para la aviación estadounidense.
Con información de Bloomberg
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